El fruto de la modestia
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A la sombra de la
fogata del solsticio de verano, hace más de un siglo de ello, corrió la sangre
de los “txorimalos”. Los “simoneros” de la época callaban y otorgaban por miedo
a las represalias. Hasta entonces, a pesar de los tiempos, los pobladores de
Berastegi siempre hincaron el codo. Siempre laboriosos, siempre cultos;
dispuestos a hacer frente a cualquier ruina mediante trabajo y más trabajo; y
su gran fortaleza, la gran “torre”; la iglesia. Este singular templo, ubicado a
las faldas del pueblo, a diferencia de otras villas, siempre ha mantenido
abiertas sus puertas. Desde aquí los clérigos y los denominados “simoneros” siempre
han cuidado del poblado. No obstante, al igual que sus vecinos, han arado la
tierra. Y silenciosamente no ha habido falta de pan en cada mesa. Han
atravesado guerras, sangre, pero la aldea ha sabido hacer frente trabajando
modestamente. He ahí la robusted de sus vecinos.
Más allá de los
relatos, llegamos a la conclusión de que la labor continua tiene sus frutos. Y
nosotros, no queremos más que aprender de ello. Ante esto, nos han dado el
privilegio de descubrir tal misterio, de descubrir sus rincones. Aitor y
Nerea son quienes nos han otorgado este privilegio y ante dicha concesión no puede haber un no
por respuesta.
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